lunes, 26 de octubre de 2009

La Gran Boda en Priego de Córdoba (y su fin de semana correspondiente)

Si tuviera que calificar el fin de semana la palabra ideal sería “intenso”

El viernes al acabar el trabajo, tuve tiempo de ducharme y de salir “escopetao” de mi casa para poder llegar. Habíamos quedado para salir todos juntos hacia Priego de Córdoba, lugar donde se celebraría la Gran Boda (número 1). Después de hacer acto de presencia en una concurrida calle, donde tuvimos que parar “de emergencia” y por la que pasaron unos amigos de azul que pararon casi a saludarnos… (ejem…) partimos hacia tierras cordobesas donde nos esperaba nuestro hermano Jose para guiarnos hasta la casa que alquilamos. La casa increíble: tres pisos, dos habitaciones comunes (salones) y cinco dormitorios enormes, con sus baños y cocina  (y terraza!!) evidentemente, donde nos sentimos acogidos desde el primer momento. La noche del viernes jugaríamos al escondite al revés porque la casa lo pedía a gritos, no sin antes haber visitado la iglesia donde al día siguiente ocurriría “El Momentazo” .

El sábado amaneció tímidamente, cansado de haber estado jugando al escondite y hablado hasta las cuatro y media de la mañana con Amores y conmigo. Aún así se desperezó contento y comenzó con música. A las once y media de la mañana ya estábamos todos los habitantes de la casa (catorce en total) en la iglesia, ensayando las canciones para la boda. Por cierto: preciosa, amena y llena de detalles. La novia iba guapísima más que por el vestido (que también) por su sonrisa, que compartía con él (su novio) a cada instante. La misa estuvo plagada de gestos sencillos y miradas que reflejaban la ilusión de ambos en ese día. Hubo llantos (muchos) de alegría y una cuantas risas, unas canciones precisas y preciosas, cantadas desde el corazón, como regalando la voz a los novios, y muchas cosas que hicieron “El Momentazo” muy especial. La alegría se alargó hasta casi las doce de la noche, por mi parte, ya que hubo gente que tuvo más fuerza que yo, pero entre tú y yo: doce horas de boda me parecen suficientes. La comida muy buena, muy sencilla… ¡y mucha!, y el baile posterior genial, y la disco después también. Pero lo que tiene valor incalculable en ese sábado es celebrar el Amor junto a mis hermanos, de Emaús, de Virgen de la Sonrisa y de otras comunidades que también se encontraban por allí, y junto a mis hermanos Curro y Chari, “los novios”, mis amigos, mi familia. Es una alegría comprobar que Dios los quiere “uno junto al otro”.

El domingo llegó irremediablemente, colándose entre las sábanas y despertándonos furtivamente. Mientras se despertaba el resto, charlamos sentados en las camas mientras el subconsciente hacía que algunos de nosotros oliera a churros. Que no tardaron demasiado en llegar. Justo antes que la comida, acompañada por Jose, llegaron los novios, ya esposos, a nuestra casa a desayunar con nosotros, lo que supuso más llantos de emoción. Desayunamos juntos mientras esperábamos la llamada de “ella”. «No puedo con tantas emociones en un solo fin de semana» me decía Carmen Nieves. Y llegó, y conoció, y paseamos todos, y hablamos, y comimos, y casi da gracias… (jeje) y pasamos una excelente sobremesa llena de risas y anécdotas escolares. Después tomamos café (y colacao) y llegaron las despedidas y la vuelta a casa (y más preguntas). Tuvimos un viaje tranquilo de vuelta a Málaga, y al llegar descubrimos el mercadillo medieval, que visitamos sí o sí, encontrándonos con la mitad de la gente que el día anterior estaba en Priego con nosotros. Y al fin llegué a casa…

Confirmo: Intenso es la palabra adecuada, y eso que me dejé un montón de cosas sin contar.

1 comentario:

  1. Estuve en el mercadillo medieval el sábado, tengo aún pipas garrapiñadas para demostrarlo =)

    Saludos.

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