«Siempre me despierto con la duda de qué pie pondré en el suelo» dice una canción que escuchaba ayer. Esta mañana me levanté optimista, consciente de haber puesto el pie correcto en contacto con la realidad. Optimismo que a mi habitación no le agradó encontrarse de frente y que ha intentado difuminar entre el oscuro del cuarto. Aún así le he echado valor al día y he salido por fin a la calle, camino de la doctora que me iba a dar la libertad. Libertad que ha sido “voluntaria” porque todavía quería tenerme encarcelado entre mis cuatro paredes dos semanas más. Mi primer pensamiento con alta en la mano ha sido “me voy a dar un paseo por la playa esta tarde”. Así que he vuelto a mi casa feliz y dispuesto a dejar entrar al sol en mi habitación, he salido al salón a almorzar y he empezado a prepararme para mi paseo.
He salido de mi casa camino del mar para dejarme sorprender. Al llegar he mirado frente a frente a su inmensidad, he respirado profundamente para que la sal limpie las ideas grises que se forman durante los destierros, he mojado mis pies en el agua helada y he echado a andar sin querer llegar a ningún sitio. En un momento me he parado y he vuelto a mirar el azul infinito, me he quedado quieto y he dejado que las olas de la orilla vayan hundiendo mis pies en la arena. En ese momento me he sentido uno con el mundo y me he llenado de paz. –Me siento libre –me he dicho. Eran mis 7 en punto. Acto seguido he desenterrado mis pies y he vuelto al calmado paso, camino al lugar que a veces llamo casa.
(beso de sal)
Imagen: “foot, sand & water…” de mezaih (http://mezaih.deviantart.com)
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