Tiene la capacidad de hacerme sentir que el tiempo no ha pasado. A pesar de lo transcurrido sigue mirando el mundo con ojos de niño y aprovecha cualquier excusa para hacerte soltar una carcajada. A veces pienso que se alimenta de eso, que moriría sin la risa y que su mayor aliado es el humor. Creo también que por ese motivo anda detrás de su sueño del teatro desde que lo conozco.
Sin embargo se enfrenta a la vida como hombre, con madurez, y es capaz de aceptar propuestas hechas a traición con toda serenidad.
De él me llama la atención su manera de mirar, centrada, profunda y serena, como de estar diciendo “Háblame, aquí estoy”. También el modo en que te echa el brazo por encima de los hombros y te da una palmadita mientras te suelta un “¿Qué tal estamos?”, derribando muros e invitándote a empezar una conversación sin corazas.
También hay cosas de él que desconozco. Puede parecer transparente pero en realidad hay cosas en su vida que no está dispuesto a compartir conmigo, cosa nada reprochable por otro lado. Para mis ojos, Víctor nunca ha sufrido. No se le nota en la cara (es lo que tiene ser buen actor), aunque a veces sale de sí mismo confesando con humor “Qué bien estamos los dos…”, dándome paso para asediar su territorio y escudriñar su vida, aunque esas veces son las pocas.
Tengo suerte de tener un amigo como él. Tengo también la suerte de haberlo reencontrado en mi camino, y esta vez no estoy dispuesto a dejarlo ir de nuevo, o a dejarme ir de nuevo.
Ayer, 3 de Octubre fue su cumpleaños. Y no hay regalo tan grande que supere la suerte de contarlo entre los míos.
Un abrazo, hermano, de los grandes, como tú.
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