Cuando no se puede hablar, cosa que me pasa demasiado a menudo de un tiempo a esta parte (las dichosas llagas…), se aprende a abrir el oído.
Todos hemos oído o escuchado (depende) grandes discursos que precisan la diferencia entre estos dos términos de los que hablo, pero cuando digo “abrir el oído” me refiero más bien a la segunda opción.
Entonces empiezas a “ser” con el otro, escuchar sus miedos y miserias, pero también sus ilusiones. Empatizas y es más fácil comprender los “mundos propios” de cada uno.
También el otro aprende, se pone en tu piel y se duele contigo. Es la otra persona la que toma las riendas y habla desde el corazón, como si entablase un monólogo consigo mismo. Emisor y receptor conectan en un plano más profundo, están más dispuestos a entenderse.
En el punto álgido del proceso se hace el silencio. Es entonces cuando la comunicación es completa. Ya no hace falta decir nada más, todo sobra. Las conversaciones se convierten en pura oración a la vida.
… Y todo eso únicamente por “abrir el oído”
Y aún hay gente que no se entiende.
“Quiero que escuches aunque no te diga nada”
Imagen: “See, hear and speak no evil” de MischieviousMonkey (http://mischieviousmonkey.deviantart.com)
ya, pero a mí, como soy seño de lengua, mejor me haces el esquema de la comunicación de esta entrada de blog!
ResponderEliminarbesos desde granada