Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Después de la oscuridad, de quedarse inmóvil al borde del camino, de bajar la cabeza. Después de autocompadecerse y de sentir que nada vale la pena…
Al fin llega el día, lentamente, desperezándose. Y Dios, que hace milagros (¿quién lo duda?), entra en mi noche y me salva del morir, cala en mí como la lluvia en la tierra reseca y me susurra al oído: “Ven a mí, fíate, que nada podrá separarte del amor que te tengo”.
Y vuelvo a percibir colores que en la noche no se distinguían. Y siento su (Tu) presencia y me percato que sólo el amor, Su Amor, me ha guiado en medio de tantas tempestades atravesadas.
Me levanto en ese momento y soy capaz de decirle: “Tu eres mi fuerza, mi roca”, como entonando un nuevo salmo personal en mi vida; ¡Qué digo!, ¡VIDA!, ¡con mayúsculas!.
Y al final descubro que tenía razón, y nada vale la pena… comparado con Tu Amor.
Gracias, mis hermanos. Me siento tan pequeñito y Dios me regala cosas tan grandes… Por ejemplo vosotros
nada tan grande, nada tan tan grande como su Amor...
ResponderEliminarahora tendriás que gritar: "por fin veo" o algo así, porque comienza el milagro