Llevo una semana bastante buena. Desde que llegué del campamento estoy inmunizado contra tonterías, que en mi trabajo las hay a pares y de todos los tamaños y colores. Y me refiero con esto a las de la gente que calificamos “normal”.
Aún así, desde el martes llego a trabajar con una sonrisa, costumbre que había perdido, y tiene su raíz en una serie de comentarios y hechos que me sucedieron. El lunes me paró por el pasillo uno de mis compañeros y me dijo que la madre de uno de los míos que había venido de campamento conmigo le había dado las gracias porque su hijo había llegado pletórico a su casa, y éste me otorgó el reconocimiento y le dijo que había sido obra mía, cosa que agradezco aunque no sé si merezco, porque el chico puso mucho de su parte. Desde entonces esa mujer tiene detalles conmigo como parar con el coche a mi lado en el semáforo para saludarme y decirme que quiere hablar conmigo. Ayer me asaltó en el comedor y me dijo: «¡Ven que de un beso, que te lo mereces!. Mi hijo ha venido FELIZ. Le hablas del campamento y sonríe.»
Por mi parte, sólo hago lo que creo correcto pero «esas cosas se agradecen» como dice otro compañero mío.
Acostumbrados a no recibir nada en gratitud por el trabajo que hacemos, estas cosas son como agua de mayo, y me sirven para seguir luchando contra tantas tonterías con las que convivo.
Este mundo es muy bonito.
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